martes, enero 24, 2006

Carretera de cuatro carriles_por Begoña



Alfonso, nunca ha sabido decir no. Ahora en el declive de su vida, cuando ya poco importa y nada tiene remedio fácil, justo ahora, ha caído en la cuenta de que su vida no sería la que es, si él hubiese sabido decir no.
Sentado al sol, tras el almuerzo, repasa esos momentos estelares de su vida, en los que él enmudeció para asentir con la cabeza, lo que el verbo no dictaba. Por eso se largó del pueblo con Vicente; de eso hace ya 52 años. "No te despidas de nadie, ya les escribirás", le había dicho Vicente la mañana de la partida. Y así lo hizo, marchó tras el amigo sin despedirse de nadie, sólo su madre le robó un abrazo al verlo salir con la maleta de cartón, como si el instinto le advirtiera que no volvería a verle.
Pronto se les acabó el combustible que hacía renquear la vieja camioneta. Sin dinero en los bolsillos, Alfonso no supo negarse cuando Vicente le pidió que se quedase a trabajar un par de jornadas en la gasolinera, para pagar el gasoil, mientras él se adelantaba a la ciudad y buscaba trabajo.
Tampoco supo decir que no, cuando una semana mas tarde, el propietario del negocio, el Sr. Pordenone, le rogó que se quedase a trabajar allí, por un sueldo razonable más habitación y comida. Seis meses después dijo "si" ante el altar, por no decir "no" a Josefa Pordenone, que se había quedado preñada durante una noche de tantas, en la vieja cochera, mientras los gemidos de Josefa, ahogaban el silencio de Alfonso. La dicha, resultó tan breve como las conversaciones que mantenía la pareja. Las palabras, se las llevó Donato cuando murió con apenas seis meses de vida.
Ahora, chupa el cigarro con fuerza. El humo penetra en su interior, y las lágrimas pugnan por salir. Apura el último habano de la caja, que le regaló el cubano el mes pasado. Ya no volverá, Josefa le dijo que no volviese y Alfonso no se atrevió a contradecirle. Tendría que esperar seis meses para saber si el cubano, se atrevería a decir que no a Josefa, y volvería a repostar en la vieja gasolinera de la carretera de cuatro carriles, que hasta los años cuarenta, era la única vía que unía los dos estados.
Hasta ahora, pasaba dos veces al año por allí. Casi siempre le dejaba algo, una caja de puros, o una muñeca para Josefa, o libros... Precisamente uno de esos libros, un poema de ese libro, humedece sus ojos cada mañana a la misma hora:
"...Y en el desprecio de su miserable vejez
piensa qué poco gozó de los años
cuando tuvo vigor, y elocuencia, y belleza.
Ha envejecido tanto; lo siente, lo ve.
El tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer,
pasó. Qué velozmente, qué velozmente.
Medita en cómo ahora se ríe de él la Sabiduría;
y cómo fió siempre_ ¡qué locura!_
de esa embustera que le decía: "Mañana. Tienes
mucho tiempo"..."
Una voz estridente, se oye a través de la ventana, interrumpiendo ese momento dolorosamente poético: "Alfonso, apaga ese puro y ven!"


Carretera de cuatro carriles_por Enric

De esa foto hace veinte años, quizás más. La hizo Santiago Boro cuando estuvo en el pueblo recolectando fruta. Me la envió meses después de que se fueran, supongo que para consolarme.
Estaba sentado en esa misma silla cuando los vi llegar. Eran cinco o seis, no lo recuerdo bien, Santiago, Juan Linaza y su hermano Sergio, también estaba Maria la del sombrero, una tal Beite y otros que iban y venían. Todos muy jóvenes, todos muy listos, todos ingenuos como pajaritos y en realidad tontos de capirote, que no tenían ni idea de lo que se les venía encima.
Les habría podido avisar pero no supe. Entonces no me salían las palabras y si me hubieran salido no me habrían creído. Ahora pienso que les podía haber dicho que se protegieran de los OjOs, que todo era apariencia, que escucharan los ríos subterráneos, que este pueblo es un nido de víboras plagado de hijos de puta que les quemarían sus melenas, y que les iban a dar por el culo hasta reventarlos.
Eso si, con sonrisas, como siempre han hecho conmigo. Pero hay que estar atento a todas las señales, el silencio cuando entras en el bar, o el saludo " que tal Angelito como estas". Angelito, no Angel ¿ comprendes?.
No les avise, y se metieron de cabeza en la boca del lobo, felices y hermosos , brillando como nubes, vibrando como a mi me gustaría vibrar. Y así les fue. Les echaron de la casa que les habían dejado cuando las chicas no se quisieron acostar con el jefe de la cooperativa. Solo les dejaron acampar al lado de una granja de cerdos. Les dieron trabajo, si, pero de los peores,. Cargar camiones, arrancar la mala hierba, en la cadena de selección de la fruta.
Santiago y mi hermana se hicieron amantes y ella les acompaño cuando volvieron a la ciudad. Si Santiago volviera a fotografiarme, casi todo seria igual, la luz, el surtidor, mi silla. Sólo faltaría mi hermana en la ventana.

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