domingo, febrero 13, 2005

Autómata_ por Begoña


Autómata
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AUTÓMATA

Cuando el aceite caliente cayó sobre mi mano, un dolor intenso lo generalizó todo, el escozor parecía vestir los dedos de carne viva, y durante unos segundos me invadió la confusión, abrí las manos, solté bruscamente la sartén y la jarra para aceites usados dentro de la pileta; recordaba haber oído en algún lugar que el agua no era buena para las quemaduras, pero mi piel ardía y me apresuré a abrir el grifo, mientras intentaba hacer memoria: -¿dónde quedó la caja de medicinas?-, el agua corrió dulce por mi piel y entonces comenzó a verse el contorno del desastre, afortunadamente se trataba de la mano izquierda, pero casi todo el dorso y tres dedos, clamaban enrojecidos mientras una luz providencial me recordaba que guardé la caja en los armarios que hay bajo el lavabo, fue precisamente el mismo día que Edward se marchó, hace ya de eso cuatro interminables meses.
El recuerdo de Edward, o mejor aún, el recuerdo del día que Edward abandonó nuestro hogar, volvió a sumirme en la melancolía que parecía haber superado durante la última semana; no lo pensé dos veces, apliqué el poco bálsamo para quemaduras que quedaba, me puse una venda limpia, tomé el sombrero y el abrigo y me lancé a la calle, cogí las llaves en el último momento mientras echaba un vistazo final al desastre que quedaba en la cocina, la pileta estaba al lado de la ventana y en esta ocasión, las luces del puente de Broadway que se ven a lo lejos, me parecieron una ironía vital.
Vivíamos en Albany Street, bueno, ahora vivía yo sola y aunque se trataba de un buen apartamento, todavía no tenía decidido si continuaría allí. Apreté el abrigo en mi garganta y la piel falsa que adornaba el cuello y los puños, me devolvió una tibieza sencilla, el abrigo de lanilla verde que compré el otoño pasado, calentaba lo esperado en las frías noches de Boston. Bajé por Berkeley Street, cuando llegué a Tremont, giré a la derecha y me dirigí al "Boston Eagle", un bar al que había ido algunas veces con Edward, estaba en el 520 al lado del Cyclorama, allí habíamos asistido a un combate de boxeo Edward y yo, y antes de eso, habíamos ido a ver algunas exposiciones, pero el uso del espacio cambió en los últimos años, tanto como mi propia vida en los últimos cuatro meses, y ahora se trataba de un área industrial para el mundo del automóvil.
Me crucé en la puerta con un cliente, el último, porque cuando entré en el local, no había nadie a excepción del camarero, me dirigí a la mesa que solíamos ocupar Edward y yo, como siempre me senté de espaldas al ventanal, no me quité el abrigo ni el sombrero, estrictamente me deshice del guante derecho para acercarme la taza de café, sólo permanecería allí unos minutos, hacía frío dentro y fuera de mi y el pequeño radiador no podía combatirlo, entrecerré los ojos al oír en el gramófono esa apasionada canción argentina, la misma de siempre, la piel de mi cuerpo se erizó, Edward apretaba mi mano, estaba allí y me hacía daño, solté la taza, levanté la vista pero frente a mí no había nadie.
Debía regresar a casa, el guante oprimía mi mano y el dolor de la quemadura jugaba con mi desesperación.

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