sábado, enero 28, 2006

Compartment C, Car 293


Esta es nuestra próxima idea.
Teresa, se ha comprado un calendario, con cuadros de Hooper. Este, corresponde a enero. Pretendemos acompasar nuestra creación literaria, a la cadencia mensual del calendario.


Compartment C, Car 293
1938Oleo sobre lienzo
IBM Corporation, Armonk, New York

jueves, enero 26, 2006

Carretera de cuatro carriles_por Teresa


La nubes tienen mil formas cada día. Y pasan. Sam viaja con ellas desde su silla plegable.
La carretera de cuatro carriles, le queda a mano.La ampliación de dos a cuatro es reciente, y sólo el sonido de los coches arrecia el silbido del viento y amortigua los gritos de su mujer. Grita mucho y por nada. Durante el día, Sam ya no la mira. La presiente a su espalda, con la cabeza apretada por los rulos y la boca abierta vomitando las entrañas. Sam la ignora con la mirada puesta en la nube que roza el quitamiedos de la carretera.


Carretera de cuatro carriles_por Beatriz
Había querido pensar que sólo era la crisis de los 40, siempre aseguré que me encontraría preparado cuando llegara El final del verano había sido asfixiante. La absorción de la empresa por una multinacional americana, la reestructuración de plantilla, el cambio de métodos de trabajo. La incertidumbre me carcomía por dentro, y de pronto, me ofrecieron el puesto de Gerente Técnico, el eslabón de la empresa con América. Por supuesto que acepté, sin pensarlo demasiado, era la oportunidad que me ponía la vida delante para triunfar o fracasar. El incremento de trabajo y responsabilidad es considerable, también el sueldo. Al cabo de un año, en este momento, la empresa soy yo. Empecé a pasar mas tiempo en la empresa que en ningún otro sitio, como consecuencia la relación con los empleados se fue haciendo más familiar. La plantilla no es muy amplia pero es bastante htereogenea, tanto en edades, como en tipos de personas. Mi estado anímico era hipomaníaco, vivía en un estado de excitación con gran descarga de adrenalina. Amplié algunas de mis perspectivas, gracias a la relación con mujeres ajenas al entorno familiar, desde una perspectiva laboral. Y ese fue el principio del error. Era una relación paterno-filial, la he visto crecer, es una niña, de hecho por edad yo podría ser su padre. Me justificaba amparándome en su juventud, como si los sentimientos se pudieran detener ante el factor de la diferencia de edad. Incluso lo justifique como una forma de afianzar mi autoestima Después, la emoción de sentirse Pigmalión ¡el placer de ser testigo de la apertura de una flor!. Poco a poco la tela de araña se fue tejiendo sola. La relación se fue estrechando. Las miradas se buscaban, el roce de una mano por azar, provocaba en mi todo tipo de sensaciones que ya creía olvidadas Un gesto, una mirada, un aliento.... me nublaban la razón. Empezamos a vernos a escondidas. Cada vez la exigencia era mayor. Me planteé dejar a mi mujer y mi relación de 17 años con ella, mis hijos, mi ambiente, en fin, romper con todo. He aprendido que el amor es una bomba de relojería que estalla siempre entre las manos, nunca es inofensivo, siempre hace daño y nunca se está inmunizado contra él. Es un enemigo interno, que crece hacia afuera. Provoca una euforia que refuerza la autoestima y actúa solapadamente en el cerebro, como una potente droga. Te sientes “vivo” Percibes sensaciones y emociones casi, casi, extracorpóreas y... cuando te das cuenta estás atrapado en su red fagocitadora. ¿Pero hablamos de amor o de pasión? ¿o de otras cosas? El lunes estallé en el desayuno. No podía más. Le dije a Ana que la dejaba, que me había enamorado, que me perdonará, que la quería mucho a ella y por supuesto a los niños. Ana me conoce. Me conoce muy bien, mejor que yo mismo. Dolida, pero serena, me dijo que pensara bien lo que iba a hacer, que la decisión era mía y que ella la aceptaría pero estaba dispuesta a olvidar este episodio y a perdonarme. La había subestimado, a veces la convivencia nos impide ver a la persona que tenemos al lado. No hizo falta más. Como Ana había esperado, cumplí con mi deber. Ella sabía que lo haría, siempre lo hago, siempre lo he hecho. Por la noche tenía que coger el avión que me llevaba a Montana, el plan era que Ruth se reuniría conmigo el fin de semana y ese sería el principio de nuestra nueva vida. La cité en el despacho al mediodía, ya se que es lo más inadecuado, lo se, quizá por eso lo hice de forma inconsciente. Fríamente, le dije que lo dejábamos, que había valorado que la diferencia de edad era mucha y las barreras de su ambiente cultural y religioso eran muy áridas, era un amor contracorriente, precioso, pero condenado al fracaso. El desconcierto, el dolor y la ira, pasaron por sus ojos segundos antes de que se inundaran de lágrimas, evoqué internamente a Neruda ¡...como no haber amado sus grandes ojos fijos...! No protestó, se guardó su dolor y se fue. Ayer volví de Montana. Sólo. Ana actúa como si nada hubiera sucedido, como si hubiera pasado una goma de borrar o la fregona por los hechos, por mis sentimientos, por mis palabras... En el Pricep Albert de Montana, el hotel en el que me aloje, (sólo, siempre sólo), había una exposición de arte. El pintor, un copista de fama internacional, reproduce obras de pintores notables de distintas épocas. Compré el cuadro en cuanto lo vi, el original es de un tal Hooper y se llama “Carretera de cuatro carriles”. Me emboba mirarlo. Ese cuadro es mi vida plasmada en un cuadro, sentado en el lateral de mi casa, al lado de los surtidores de gasolina, con mi Alma asomada a la ventana llamándome. Contemplo, absorto en la nada, como la vida de los otros discurre fluida y espaciadamente por esos cuatro carriles. Por cierto, he visto a Ruth salir de la mano del nuevo encargado del almacén.

martes, enero 24, 2006

Carretera de cuatro carriles_por Begoña



Alfonso, nunca ha sabido decir no. Ahora en el declive de su vida, cuando ya poco importa y nada tiene remedio fácil, justo ahora, ha caído en la cuenta de que su vida no sería la que es, si él hubiese sabido decir no.
Sentado al sol, tras el almuerzo, repasa esos momentos estelares de su vida, en los que él enmudeció para asentir con la cabeza, lo que el verbo no dictaba. Por eso se largó del pueblo con Vicente; de eso hace ya 52 años. "No te despidas de nadie, ya les escribirás", le había dicho Vicente la mañana de la partida. Y así lo hizo, marchó tras el amigo sin despedirse de nadie, sólo su madre le robó un abrazo al verlo salir con la maleta de cartón, como si el instinto le advirtiera que no volvería a verle.
Pronto se les acabó el combustible que hacía renquear la vieja camioneta. Sin dinero en los bolsillos, Alfonso no supo negarse cuando Vicente le pidió que se quedase a trabajar un par de jornadas en la gasolinera, para pagar el gasoil, mientras él se adelantaba a la ciudad y buscaba trabajo.
Tampoco supo decir que no, cuando una semana mas tarde, el propietario del negocio, el Sr. Pordenone, le rogó que se quedase a trabajar allí, por un sueldo razonable más habitación y comida. Seis meses después dijo "si" ante el altar, por no decir "no" a Josefa Pordenone, que se había quedado preñada durante una noche de tantas, en la vieja cochera, mientras los gemidos de Josefa, ahogaban el silencio de Alfonso. La dicha, resultó tan breve como las conversaciones que mantenía la pareja. Las palabras, se las llevó Donato cuando murió con apenas seis meses de vida.
Ahora, chupa el cigarro con fuerza. El humo penetra en su interior, y las lágrimas pugnan por salir. Apura el último habano de la caja, que le regaló el cubano el mes pasado. Ya no volverá, Josefa le dijo que no volviese y Alfonso no se atrevió a contradecirle. Tendría que esperar seis meses para saber si el cubano, se atrevería a decir que no a Josefa, y volvería a repostar en la vieja gasolinera de la carretera de cuatro carriles, que hasta los años cuarenta, era la única vía que unía los dos estados.
Hasta ahora, pasaba dos veces al año por allí. Casi siempre le dejaba algo, una caja de puros, o una muñeca para Josefa, o libros... Precisamente uno de esos libros, un poema de ese libro, humedece sus ojos cada mañana a la misma hora:
"...Y en el desprecio de su miserable vejez
piensa qué poco gozó de los años
cuando tuvo vigor, y elocuencia, y belleza.
Ha envejecido tanto; lo siente, lo ve.
El tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer,
pasó. Qué velozmente, qué velozmente.
Medita en cómo ahora se ríe de él la Sabiduría;
y cómo fió siempre_ ¡qué locura!_
de esa embustera que le decía: "Mañana. Tienes
mucho tiempo"..."
Una voz estridente, se oye a través de la ventana, interrumpiendo ese momento dolorosamente poético: "Alfonso, apaga ese puro y ven!"


Carretera de cuatro carriles_por Enric

De esa foto hace veinte años, quizás más. La hizo Santiago Boro cuando estuvo en el pueblo recolectando fruta. Me la envió meses después de que se fueran, supongo que para consolarme.
Estaba sentado en esa misma silla cuando los vi llegar. Eran cinco o seis, no lo recuerdo bien, Santiago, Juan Linaza y su hermano Sergio, también estaba Maria la del sombrero, una tal Beite y otros que iban y venían. Todos muy jóvenes, todos muy listos, todos ingenuos como pajaritos y en realidad tontos de capirote, que no tenían ni idea de lo que se les venía encima.
Les habría podido avisar pero no supe. Entonces no me salían las palabras y si me hubieran salido no me habrían creído. Ahora pienso que les podía haber dicho que se protegieran de los OjOs, que todo era apariencia, que escucharan los ríos subterráneos, que este pueblo es un nido de víboras plagado de hijos de puta que les quemarían sus melenas, y que les iban a dar por el culo hasta reventarlos.
Eso si, con sonrisas, como siempre han hecho conmigo. Pero hay que estar atento a todas las señales, el silencio cuando entras en el bar, o el saludo " que tal Angelito como estas". Angelito, no Angel ¿ comprendes?.
No les avise, y se metieron de cabeza en la boca del lobo, felices y hermosos , brillando como nubes, vibrando como a mi me gustaría vibrar. Y así les fue. Les echaron de la casa que les habían dejado cuando las chicas no se quisieron acostar con el jefe de la cooperativa. Solo les dejaron acampar al lado de una granja de cerdos. Les dieron trabajo, si, pero de los peores,. Cargar camiones, arrancar la mala hierba, en la cadena de selección de la fruta.
Santiago y mi hermana se hicieron amantes y ella les acompaño cuando volvieron a la ciudad. Si Santiago volviera a fotografiarme, casi todo seria igual, la luz, el surtidor, mi silla. Sólo faltaría mi hermana en la ventana.